Tristezas de Bay City

Ublicada en 1938, Tristezas de Bay City adentra al lector en un mundo nocturno, donde el peligro late detrás de cada sombra. Los personajes atraen por su volatilidad, por su cinismo, por ser visceralmente reales. Algunos son tan estereotipados que parecen sacados de una película de gánsters, como es el caso de “Gran Mentón”, un conspicuo matón de inmensos músculos pero de limitado cerebro, y el “Muñeco Kincaid”, un vivaz reportero a quien lo único que le faltaba era “estar borracho para representar a un periodista cinematográfico”. Este último es el personaje que presenta la mayor cantidad de paralelismos con el propio autor. Otros resultan mucho más complejos e inescrutables, como es el caso del enigmático detective Al De Spain, quien aparece fugazmente en la primera parte de la novela para desempeñar posteriormente un papel crucial en su desenlace. La historia comienza con una llamada telefónica que, en una tediosa tarde de verano, recibe el detective privado Johnny Dalmas en su despacho. Desde este momento, Dalmas se ve envuelto en una telaraña de intrigas de dimensiones insospechadas. Inicialmente el caso aparenta ser un típico suicidio: una mujer es encontrada muerta en su carro, aparentemente intoxicada por aspirar monóxido de carbono. Sin embargo, las circunstancias en que tuvo lugar el supuesto suicidio distan de ser las más usuales. Otro detalle inquietante radica en la profesión del esposo de la difunta: un médico que se gana la vida inyectando morfina a actores adictos al alcohol y las drogas, “un tipo que hace la ronda nocturna y que evita que las estrellas cinematográficas desayunen pesadillos”. El escritor explora de esta manera el lado oscuro no solo de Hollywood, si no del resto de la ciudad de Los Angeles. A medida que va avanzando en sus pesquisas , Chandler va descubriendo móviles muy poderosos que parecen confirmar su inicial sospecha de homicidio, los cuales van desde los celos más elementales hasta la más intrincadas marañas políticas. Toda la acción de la novela transcurre en una sola noche. El ritmo es intenso, mas no frenético. Chandler pasa con facilidad de un atmósfera tensa a una hilarante. Los diálogos está construidos ingeniosamente, y son enriquecidos por la metáfora y el doble sentido, lo que aligera enormemente la lectura y hace que la obra sea sumamente amena, especialmente para los fanáticos de los culebrones detectivescos.